No me atrevo a morir
enterrando un pedazo de carne sin cicatrices
pero aun con la peor cicatriz con la uno
pueda irse:
la de no haber tomado cada puto segundo y
haberlo estrujado,
apretado hasta que nos manche la mano y la
existencia.
Con cicatriz de no haber torturado al aburrimiento
y la mortaja puesta de inanición por la vida.
Morir.
Sin haber prendido la mecha.
Sin usar el motor con la gasolina puesta.
Sin usar el motor con la gasolina puesta.
Sin duda.
Lo más jodido de todo es olvidarse de
vivir.
Conozco tantos que lo han olvidado.
Incluso aquél que más se jactó de saberlo
hacer.
De disfrutarla.
De atravesarla con el carpe diem.
Para después huir de ella,
(si es que eso pueda hacerse en algún
caso).
Ojalá nunca lo olvide.
Ojalá siempre encuentre algo que me
recuerde de vivir.
Olvidarse de vivir es como morir.
O peor.
‘Estar’ muerto sin ‘haber’ muerto no es
vivir
sino comprarse un pasaje de primera clase
al infierno.
Hay pocas putas como la vida misma.
Después de que puta sea, realmente, porque
solo algunos privilegiados se atrevan a
acercarse a ella
para tratarla como merece,
al tiempo que mil sombras la observan con recelo y
la insultan,
la condenan.
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