"Qué me dices de esa acojonante sensación de que nada ni nadie te espera en ningún
lugar? La sensación de ser tú plenamente aquí y ahora?"
La ciudad se
vacía y se llena de gente en un pulso cardíaco.
Sonrisas,
historias y carcajadas anónimas de autobuses hacia Badayork.
Estaciones
que madrugan con trenes sonámbulos.
Islas
solitarias del Guadiana River gobernadas por gatos vagabundos.
Paseos por
las orillas.
Puentes
entre las orillas.
Puentes
entre la gente.
Grupos de
gente
fumándose la
vida en vano intento de vivirla.
Pasos, pasos
y pasos.
Menacho Street vacía en un día de lluvia
y de pronto llegas a casa
todo está pintado bajo
esa oscuridad producida por los días nublados.
Sobre el
asfalto, nubes también
de autobuses
que se alejan en la corriente de vehículos hasta el gran océano-avenida.
Taxis
remontan sus calles y
los salmones
vuelven (esta vez del lugar del que nacieron) para poner sus huevos.
Estudiantes
abandonados bajo sus paraguas
y bicicletas mojadas y abandonadas.
Parques
abandonados también
a su suerte.
Mi ventana
es pequeña pero todo lo veo: la ciudad late
agónica
en un día de
lluvia. Un día de regreso,
un día de
maletas que,
acariciando
las aceras, se preparan para afrontar una nueva subida en ascensor,
un día de
trenes que
llegan a la
estación a las horas previamente convenidas
para vomitar
gente sedienta de gente
y de
alcohol.
No hay
sorpresas pero hay vapor y alegría urbana en la atmósfera.
Un río de
personas se infiltra entre bloques de edificios
buscando su
madriguera,
buscando el
lugar donde depositar su esperma y sus apuntes.
Y un río,
que no se infiltra, pero abraza a su ciudad silenciosamente.
Misteriosamente
fiel.
Así es volver a Badayork.
Mañana los
autobuses estarán preparados y afeitados
saldrán de
su cueva el abogado y el camello,
tal como la
cotidianeidad lo requiere.
Todos los
barrios de la ciudad de Badayork,
como los
distintos órganos de un ser,
cumplirán una función extraoficialmente establecida y vital.
Mañana los
engranajes ya estarán completamente ajustados,
engrasados y
los
salmones estarán,
de nuevo,
dedicados a
parir su futuro.
Javier DePablos