sábado, 7 de septiembre de 2013

Badayork blues.


               "Qué me dices de esa acojonante sensación de que nada ni nadie te espera en ningún lugar? La sensación de ser tú plenamente aquí y ahora?" 



La ciudad se vacía y se llena de gente en un pulso cardíaco.
Sonrisas, historias y carcajadas anónimas de autobuses hacia Badayork.
Estaciones que madrugan con trenes sonámbulos.
Islas solitarias del Guadiana River gobernadas por gatos vagabundos.
Paseos por las orillas.
Puentes entre las orillas.
Puentes entre la gente.
Grupos de gente
fumándose la vida en vano intento de vivirla.

Pasos, pasos y pasos. 
Menacho Street vacía en un día de lluvia
y de pronto llegas a casa  
todo está pintado bajo esa oscuridad producida por los días nublados.
Sobre el asfalto, nubes también
de autobuses que se alejan en la corriente de vehículos hasta el gran océano-avenida.
Taxis remontan sus calles y
los salmones vuelven (esta vez del lugar del que nacieron) para poner sus huevos.
Estudiantes abandonados bajo sus paraguas 
y bicicletas mojadas y abandonadas.
Parques abandonados también 
a su suerte.

Mi ventana es pequeña pero todo lo veo: la ciudad late
agónica
en un día de lluvia. Un día de regreso,
un día de maletas que,
acariciando las aceras, se preparan para afrontar una nueva subida en ascensor,
un día de trenes que
llegan a la estación a las horas previamente convenidas
para vomitar gente sedienta de gente
y de alcohol.

No hay sorpresas pero hay vapor y alegría urbana en la atmósfera.
Un río de personas se infiltra entre bloques de edificios
buscando su madriguera,
buscando el lugar donde depositar su esperma y sus apuntes.
Y un río, que no se infiltra, pero abraza a su ciudad silenciosamente.
Misteriosamente fiel.
Así es volver a Badayork.

Mañana los autobuses estarán preparados y afeitados
saldrán de su cueva el abogado y el camello,
tal como la cotidianeidad lo requiere.
Todos los barrios de la ciudad de Badayork,
como los distintos órganos de un ser,
cumplirán una función extraoficialmente establecida y vital.
Mañana los engranajes ya estarán completamente ajustados,
engrasados y
los salmones estarán,
de nuevo,
dedicados a parir su futuro.

Javier DePablos

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